sábado, 7 de abril de 2012

PALABRAS DE AMOR


PALABRAS DE AMOR



Vanessa vive en un pueblito frente al mar, donde, en cada amanecer, el sol emerge de entre las aguas secando su cara mojada con largas toallas de color naranja. Uno de esos pueblos que salen impresos en las postales sin poder igualar lo que la vista alcanza…

Una verde hierba circunda  la arena y ciñe por el talle a las dunas que se dejan arrastrar por el viento, entregadas.

Acantilados enhiestos, desertores del llano, alzando al cielo sus puños de roca, que atrevidos y rebeldes se levantan.

Mientras  en el bajo más bajo, la arena rasa, recibe el romper de las olas en recreo de gaviotas y molino de caracolas, para convertirse  finalmente en playa.

Allí, un sendero sinuoso  invita a los pasos a recorrer el camino hasta arribar al remojo de los pies en la espuma del agua.

Vanessa cada madrugada, con los ojos perdidos en el horizonte se embarcaba en sus sueños de amor y esperanzas. Con sus jóvenes años estaba abierta y lista para conocer el amor, pero este se demoraba llenando de silencios su vida solitaria. A más, de los tres muchachos que vivian en el pueblo postulando en su mente el único que a ella le gustaba ni siquiera le hablaba.

Una mañana algo cambió: Mientras caminaba en la playa, el desvanecer de una ola arroja una botella al final del dibujo del hollar de sus plantas. La recogió con curiosidad advirtiendo un papel en su interior. Fue solo quitar el corcho para que los poemas más dulces que haya leído escaparan al aire como mariposas alborozadas aleteando y posando sus cabellos, sus oídos, su cara, con caricias y besos en cada palabra. Y regresó por más… al otro día, al día siguiente, y todos los días. Y las botellas con poemas fueron llegando misteriosas y puntuales llenando su vida de alegría y mimando su alma.

La hacía feliz el que alguien en algún lugar quién sabe dónde  escribiera poemas que flotaban en el mar hasta llegar a ella traídos por la marejada. Con brazos en alto danzaba  dentro del romper de las olas y coreográficamente la acompañaban improvisados ballets de espuma blanca. Se dejaba caer, luego, sobre la arena para permitir que el mar, cómplice de su alegría, la acariciara con sus manos de agua.

Al principio no le importó la ausencia de nombres para créditos de las palabras. Pero, después, dibujó corazones sobre la arena húmeda con interrogantes signos para el “Se aman”.
Al pasar de los días su inquietud aumentó: Quería saber quién los escribía, conocer su nombre, su rostro, en que parte del mundo estaba ese ser que la enamoraba. Por eso hoy, en una nueva mañana, esperaba anhelante que una nueva botella se rindiera a sus plantas.

Un poco más allá, apenas cien metros más adelante, en lo más alto del acantilado, escondido de su vista, arrojaba una nueva botella al mar, mirando que Vanessa la recogiera, el joven que tanto le gustaba. Entregando a un indefinido mañana el descorchar de su timidez para escanciarle al oído esas mismas palabras que llenaban sus poemas y poder así rebasar con amor las copas de su alma.

Quenn – Las palabras de amor
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