viernes, 21 de octubre de 2011

UNA FLOR DE COLOR LILA


UNA FLOR DE COLOR LILA


Un ancho portón, escoltado por timbres, permite el acceso al inquilinato.

Un gran patio multicolor es el encargado de las bienvenidas. Tiene un piso enlajado atiborrado de malvones y geranios que perfuman los senderos, reducidos entre macetas y macetones, hacia las angostas escaleras que trepan, las tres plantas del edificio, entre sogas abanderadas de sábanas, corpiños y camisetas.

En el tercero “D” el marido de Margarita balconea desde la ventana el incesante murmullo que sube desde la pileta de lavar ubicada en el rincón más soleado del patio.

-¿Qué sucede ahí abajo?- Pregunta

- Nada- Contesta Margarita- la del primero “F”, recibió un paquete con tres rosas y el resto de las mujeres están alborotadas a su alrededor indagando el por qué y el quién de semejante regalo.

- Ah, es eso nada más.

-¿Te parece poco? Entre todas la están festejando: mientras ella lava la ropa, una le enjuaga,  la otra le cuelga y otra más coloca los broches. Y se repetirá la ceremonia esta tarde cuando la ropa este seca y corran a ayudarla a destender y doblar cada una de sus prendas.

Él siguió observando lleno de curiosidad como, allá abajo, las mujeres se movían inquietas rodeando a la festejada. Laboriosas abejas atendiendo a su reina en un día de fiesta en el panal.

Al volver su vista miró con cariño a Margarita quien planchaba la camisa que debía ponerse para ir a trabajar.

-¿Necesitas alguna compra a mi regreso?

-No. Nada.

-¿Algo de último momento?

-No. Creo que no.

-¿Estás segura?  Piensa… Piensa…

-No. Ya te dije. Nada…Tengo de todo…

Él echó una mirada sobre ese “todo”: Un anafe en la mesa con dos sillas. Un ropero, La cómoda con su cama y el colchón. se sintió sumamente turbado con su respuesta.

Después de meditar un rato...

-¿Sabes qué? Esta semana me iré más temprano a trabajar. Dejo de viajar en colectivo y voy en bicicleta. Necesito hacer ejercicio.- Dijo en un tono distraído.

-Bueno. Como quieras- Contesto ella, colgándole un beso en la mejilla al pasar, con un paquete de ropa, camino hacia el ropero.

Así eran sus días, simples en lo cotidiano. Sin grandes frases de amor. Pero con miradas de reojo, cargadas de cariños y ternuras, en un amor de esos silenciosos, casi sin  palabras.

En esa semana, las calles mascullaron sus quejas al paso de la bicicleta chirriando sus pedales muy temprano por la mañanas y fruncieron su ceño ante el mismo ruido que las cruzó en cada tarde… bien tarde. Y, por las noches, La bicicleta dormía recostada sobre malvones bajo un cielo titilantes de estrellas, esperando el nuevo día, dispuesta en el patio junto a la puerta.

Toda esa semana la vieja lata de las galletas recibió el tintineante sonido de monedas ahorradas.

Temprano en la mañana del sábado un estridente y prolongado ring ring  de uno de los timbres le dio acceso al florista para transitar los peldaños, pintados de verde, hasta el tercero “D”. Una vistosa caja, sin tarjeta de identificación, que presentaba una gran orquídea de color lila adentro, dejo enmudecida  a  Margarita, que se quedó de pié en su puerta sin saber cómo reaccionar…

El día domingo, el marido sonreía desde la ventana, mirando hacia abajo, la gran algarabía, que llenaba el patio, donde Margarita era reina por ese día y, de seguro, por muchos días más.


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